jueves, 17 de mayo de 2012

La cuenta atrás

La Ópera a oscuras. Sólo unas pocas luces del escenario están encendidas. El patio de butacas, somnoliento, aún dormido en las últimas filas. Los tres anfiteatros vigilan desde la oscuridad lo que sucede abajo. Todas las puertas están cerradas: hoy no hay representación abierta al público. Los pasillos de mármol blanco, los largos escalones redondeados que llevan a los pisos superiores, el recibidor con las columnas, todo está vacío y expectante, extrañado por la anómala situación.
Yo estoy encaramada a una de las escaleras negras que unirán el foso de la orquesta con el mundo real. De momento, está colocada a un lado del proscenio, por lo que sentada en uno de los escalones más altos tengo una vista privilegiada de todo lo que sucede en el escenario. Para alguien bajito, como yo, es una ventaja.
El decorado, un coloso de madera de proporciones monstruosas, gira mostrando cuatro entornos diferentes. Algunas veces, los actores caminan sobre él mientras se mueve. El efecto es impactante, aunque sólo sean por las dimensiones del asunto; no todos los días se ve en movimiento a un gigante.
La que más me gusta de las actrices (no hay un segundo sobre el escenario en el que no esté actuando, ¡y qué bien actúa! ¡y qué voz!) se sienta a mi lado en las escaleras y me murmura un comentario al oído. Nos reímos por lo bajo.

Estrenamos en dos semanas. 

3 comentarios:

  1. Deben estar todos muy nerviosos...

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  2. El único que presenta síntomas de nerviosismo parece el director. Es un poco preocupante.

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  3. Se me ponen los pelos de punta sólo de imaginármelo

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