domingo, 13 de mayo de 2012

Encuentro a medianoche con el Erizo

Volvía de la ópera, a media noche, cuando vi una figura abultada en la carretera. Me acerqué, pensando en comunicarle, fuese quien fuese, que no era buena idea estar allí a aquellas horas, que los semáforos están apagados y los coches circulan como si no hubiera mañana. Me sorprendí mucho al ver que era un erizo.
Después de varios años de profundos diálogos con mi querido amigo erizo, la verdad es que sólo una vez en mi vida me había encontrado cara a cara con él, en un espacio abierto (no quiero hablar de erizos enjaulados), y la verdad es que no tan de cerca. Así que, dado que era nuestro segundo encuentro, me arrimé un poco. Buenas noches, erizo. Y tal. Y resultó que de alguna forma había acabado allí, bajando seguramente por accidente el bordillo de la acera, y ahora ya no podía volver a escalar dicho bordillo maldito. Que lo llevaba intentando un buen rato, y nada. Un problema, vaya. Así que, muy dispuesta a echarle una mano, lo cogí. Al principio se erizó, porque qué confianzas son esas, etc., pero luego coincidió conmigo en que era la mejor forma de solucionar aquella incómoda situación. Lo dejé en la tierra junto a unos matorrales. Muchas gracias, hasta pronto, buenas noches, y se fue muy contento.
Siempre vuelvo a mirar debajo del matorral cuando vuelvo a casa a medianoche, pero no lo he visto más. No es de extrañar, porque los erizos caminan varios kilómetros cada noche. Tienen demasiadas cosas que ver en el mundo y no es cuestión de perder el tiempo. 

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